Zion:
Ciudad Menemista
Matrix Reloaded vista desde la Argentina
Haber vivido en Argentina asombrado y
golpeado por la política del último cuarto de siglo, y con un mínimo de
conciencia y memoria sobre los hechos que influyeron en nuestras vidas durante
ese período, hace inevitable una visión un poco diferente del reciente éxito
cinematográfico.
Una pregunta que no
puedo evitar es cómo hace una sociedad para llegar en el futuro a generar una
ciudad como Zion, donde coexisten dispositivos tecnológicos de punta, naves
espaciales, medios revolucionarios de transporte, computadoras sofisticadas
bio-integradas, además de maquinaria pesada, construcciones civiles elaboradas,
etc. y paralelamente una población con estructuras sociales prediluvianas
(literalmente hablando). El cuestionamiento no es menor, ya que la acción
transcurre en el futuro, o sea, que es posterior a nuestro presente, donde la
democracia se ha extendido por la mayor parte del planeta como forma de
gobierno. En un sistema donde la aprobación popular es requisito para detentar
el poder, es difícil imaginar que el recorrido social conduzca a niveles de
desigualdad como lo que vemos en la película. Una clase dirigente integrada a
los adelantos y comodidades del futuro, y una población numerosa muy evidentemente
marginada del sistema, sin poder adquisitivo, sin acceso a una buena educación,
salud, y sin la tan necesaria autoestima, a decir de Fidel Castro.
La escena (patética
a mi entender) del discurso del personaje de Lawrence Fishbourne, lleno de
voluntarismo, vacío de racionalidad e ideas, a una multitud necesitada de un
líder carismático, que en nuestro imaginario parece más integrada a un pasaje
de “La guerra del fuego” que a una película que transcurre en el futuro, es una
muestra de esa dualidad muy extrema que fue concebida para ese último reducto
humano, cuya salvación es el fin mismo de toda la saga de Matrix.
Aplicando la
reciente experiencia argentina para tratar de imaginarnos cómo esa estructura
social puede alcanzarse, ayuda notablemente. Un ejercicio interesante sería el
siguiente: Nestor Kirchner recientemente definió muy acertadamente el
surgimiento contemporáneo del cliente político y el fenómeno de la desocupación
(en índices preocupantes, se entiende). Este nuevo protagonista social recibe
un subsidio del estado (llámese Plan Trabajar, Jefas y Jefes, etc.) que le
permite apenas subsistir, y en muchos casos pasa a depender del puntero
político para que este subsidio no caiga. Llegadas las elecciones, es muy
probable que este individuo vote al partido del poder, a pesar de que fueron
las políticas económicas de este partido las que lo marginaron del sistema al
privarlo de su trabajo formal. En el otro extremo de la pirámide social hay
alguien a quien le está yendo bastante mejor que antes, recordemos que el PBI
de la Argentina tuvo un incremento durante los 90, o sea que en términos
generales, el país creció, a pesar del enorme aumento de la pobreza. Sigamos
imaginando ahora que esa minoría que ha concentrado enormes riquezas decide aprovechar
su capacidad contributiva para pagar impuestos, a diferencia de las ruines
conductas vistas en nuestro país, y de esa manera garantizar la financiación de
estos planes, de tal manera que aparezcan en la misma proporción en que la
riqueza se concentra. Con el correr de los años se podría contar con una masa
de votantes marginales, viviendo de dádivas estatales y dependientes de la
continuidad política para subsistir, deteriorándose su calidad de vida,
reduciéndola a expresiones mínimas. Por otra parte, el sector social que
concentraría la productividad de sus puestos de trabajo, y la mejor tajada del
PBI, podría seguir accediendo a la mejor educación y salud que su dinero pueda
comprar. También seguiría avanzando la tecnología, la bio-ingeniería y demás
disciplinas, y con el correr de las décadas cualquier centro urbano importante
de nuestra querida patria tendría la apariencia de Zion.
Además
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